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Reparto del trabajo

Santiago Niño Becerra - Jueves, 11 de Junio

Hace unos días un lector me remitió un mail muy interesante porque planteaba un tema muy interesante. Le respondí. No les doy más pistas: adjunto el mail que me envió el lector y la respuesta que yo le di.

“Sigo a diario sus comentarios en La Carta de la Bolsa, y cuando se refiere, como hoy, al exceso de factor trabajo, a la necesidad de incrementar la productividad, y a la disminución de la demanda, bien por saturación de las necesidades, por disminución de la renta (desempleados) o disminución del crédito, todo parece llevar a un escenario en el que unos pocos coparán la producción, y por tanto la renta. Y el resto ¿subsidiados?. Yo estoy entonces esperando que concluya que es necesario el reparto del trabajo (o mejor dicho, el reparto del ocio) para tener un mundo medianamente justo (y por tanto estable). ¿Es esa su conclusión?. Le agradecería que lo comentara”.

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Mi respuesta fue.

“El reparto del tiempo de trabajo, que eso es, en realidad, de lo que estamos hablando, ya fue, de alguna manera, ensayado en Francia con la Ley Robien de 1996, con la Ley Aubry de 1998 y con la segunda Ley Aubry de 1999, aunque no fueron repartos del tiempo de trabajo puros, sino, más bien, flexibilizaciones extremas de la jornada de trabajo. Pienso que la experiencia fracasó porque en el actual modo de producción algo así es inaplicable.

El trabajo no es un factor productivo homogéneo: no es lo mismo el trabajo que realiza un picapedrero que el que realiza un ingeniero de sistemas, ¿por qué?, pues porque el valor añadido que genera uno y otro son diferentes, por lo que el valor generado en una hora de trabajo efectivamente trabajada por el segundo es infinitamente superior al generado por el primero; cierto es que el segundo, para desarrollar ese valor, precisa de una dotación de capital infinitamente, también, superior al primero, pero compensa.

Conceptualmente, el tiempo de trabajo del picapedrero si sería divisible: dos picapedreros en jornadas de cuatro horas en vez de uno a ocho horas, lo que no sería posible con el ingeniero de sistemas; ello es debido a que el trabajo realizado por un picapedrero es homogéneo al que realiza otro picapedrero ya que en él intervienen muy escasas variables, lo que no sucede con el ingeniero; pero eso no es todo.

Como el picapedrero genera escaso valor, si su jornada se reduce a la mitad, su remuneración debería reducirse al trabajar la mitad del tiempo ya que en muy poco podría aumentar su productividad aunque organizase muy bien su trabajo; en consecuencia, el primero que no querría que su tiempo de trabajo se repartiese sería él mismo ya que supondría una reducción de su ya magra remuneración.

Con el ingeniero de sistemas sucede justo lo contrario: partiendo de la base de que el ingeniero de nuestro ejemplo sea uno de los mejores que existen en su especialidad, las tendencias de su tiempo de trabajo y de su dotación de capital tenderán al alza a fin de que genere la máxima cantidad de valor posible; evidentemente su productividad aumentará, y su remuneración también.

Pienso que la tendencia es justamente la contraria a repartir el tiempo de trabajo: trabajar el tiempo necesario con las dotaciones de capital convenientes a fin de obtener la mayor productividad posible, emplear a una cantidad de factor trabajo tendencialmente decreciente, y remunerar a las personas en función del valor generado, con importes elevados o muy elevados si el valor que generan lo es. En el ejemplo anterior, la tendencia, pienso, será a que el número de picapedreros se reduzca y gran parte de su trabajo sea automatizado, y que el número de ingenieros de sistema, también se reduzca, pero menos, y quienes estén empleados sean los mejores de los mejores, y como trabajarán en grupo y coordinados por proyectos, el valor que generen tenderá a crecer.

Ya sé lo que está pensando: que bajo nuestros parámetros eso no es justo. No entro a valorar eso, pero piense que para los artesanos y campesinos que a finales del siglo XVIII y principios del XIX tuvieron que abandonar sus formas tradicionales de vida y hacinarse en los insalubres suburbios que rodeaban los centros fabriles de la I Revolución Industrial y en los que se veían obligados a trabajar extenuantes jornadas en unas condiciones infrahumanas por salarios de hambre, su cambio tampoco lo fue, y la evolución de aquello (que ya se ha olvidado porque era molesto) han sido los maravillosos años pasados. Los sistemas evolucionan y cambian, y ahora nos hallamos en una transición sistémica en la que se están poniendo de manifiesto elementos nuevos, uno de los principales, pienso, es un exceso de población”.

Tras enviar mi respuesta me quedé pensativo. Va ser muy duro, pensé, tener que aceptar que, literalmente, va a sobrar una cantidad sustancial de factor trabajo, sobre todo porque algo así, a esta escala, no había sucedido jamás. Posiblemente, este será uno de los cambios sistémicos con mayor impacto que la crisis va a producir.

(Caja Madrid. Oigo, leo, me cuentan; y me pregunto: si a las/los impositoras/es y a las/los empleadas/os se les preguntase que les importa más: que color manda en la entidad o que sus saldos y empleos estén garantizados, ¿qué creen que escogerían?. Lo de las garantías viene a cuento de la pretensión USA de que la UE realice pruebas de estrés en sus entidades financieras como ellos hicieron; ¿el mismo tipo de pruebas aceptando lo que se aceptó y suponiendo lo que se supuso?; si hasta el mismo Krugman se refirió a ello; ¡como sería la cosa!; pero había que dar una imagen).

Santiago Niño Becerra. Catedrático de Estructura Económica. Facultad de Economía IQS. Universidad Ramon Llull.

(Comunicación. A quien pueda interesar: El próximo Sábado 13, entre las 12:00 y las 13:00 estaré en Madrid, en la Feria del Libro, en la caseta de UDL Libros, la numero 27. Si desean que les firme mi libro, “El crash del 2010”, ya saben).