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Tenía que pasar

Santiago Niño Becerra - Viernes, 30 de Enero

En su momento lo dijimos muy pocos, poquísimos, y nos tacharon de catastrofistas. Dijimos que España pagaría con sangre, perdón, con paro su entrada en el euro, con el paro de las/los desempleadas/os que se iban a generar para compensar la ridícula productividad de la economía española. Ahora, en Davos, en el meeting anual del WEF alguien ha dicho que, tal vez, los PIGS puedan llegar a tener que abandonar el euro.

Vamos a ver, desde siempre, el modelo económico español ha sido muy intensivo en factor trabajo y muy poco en intensivo en factor capital, razón por la que, en España, la productividad por hora efectivamente trabajada es reducida (y porque el valor de lo fabricado es bajo, claro) y, además, su tendencia es decreciente: entre 1996 y 2005, España fue el único país que vio decrecer su productividad entre un montón de países entre los que se encontraban todos avanzados y otros no tan avanzados. Bien, pues con esos mimbres, España fue metida en el euro porque representaba un peligro -monetario- que la divisa de un país cuyo comercio exterior se realizaba mayoritariamente con Europa no estuviese integrada en la moneda común europea.

La peseta entró en el euro, pero con una sentencia escrita en la frente: “si no mejoras sustancialmente tu productividad, aumentará tu inflación y perderás competitividad”. En estos años, el Reino de España ha empeorado su productividad, su inflación ha aumentado, sus costes han crecido, pero el PIB ha aumentado gracias a 1) el crédito masivo a empresas, familias y personas, y 2) los fondos con los que Europa compró nuestro voto afirmativo a la entrada de los países situados más allá de la línea del Elba.

(Y ojo, que la peseta no hubiese entrado en el euro hubiese sido horroroso: sin soportes, la moneda española hubiese estado sometida a unas tensiones especulativas insostenibles; es decir, si entrar era malo, no hacerlo era peor).

Hoy la economía española se halla en caída libre (¿se halla en caída libre?). Una gran parte del 40% de su PIB, o se ha volatilizado, o está en vías de volatilizarse: construcción, automóvil, turismo, manufacturas de bienes de gran consumo; pero España continúa con su particular modelo productivo: generación de medio y bajo valor, con una elevada intensificación de factor trabajo, y una muy acusada necesidad de importar las commodities y los bienes de capital que necesita para generar su PIB. Un cocktail verdaderamente fuerte.

En Davos se ha cuestionado la permanencia futura de España en el euro, pero, en realidad, lo que se estaba cuestionando era algo de un alcance mucho mayor: la propia arquitectura del euro. El euro fue diseñado como una moneda estable para países con economías estables, y la española ni era ni es una economía estable, el problema es que, hoy, ninguna economía europea lo es.

España fue admitida en el euro por conveniencia y a España le convino entrar. Hoy, para nadie que esté en la moneda europea, le es concebible salir (no vale la pena dedicar ni una línea a comentar esas voces que dicen que España debería salir del euro), fuera es la negrura más absoluta, ¿y dentro?, pues dentro toca realizar el ajuste que entonces no hicimos porque, entonces, pudimos no hacer y luego pudo no hacerse.

Dentro del euro veremos como la tasa de desempleo española -y la del resto, pero la española más- crece, y crece y crece porque ya ha desaparecido lo que impidió que no creciese; también la caída de la renta salarial media: sustitución de muchas medianas edades por pocas y pocos jóvenes; también el enlentecimiento económico progresivo: ¿cómo y con qué se va a sustituir ese 40% del PIB que rápidamente se está volatilizando?. Pero, ¿por fin aumentará la productividad española?, sí, pero poco: el PIB va a descender, mucho, mucho.

(Tampoco vale la pena culpar al Gobierno: la pata empezó a meterla el anterior partido que gobernó, cuando “España iba bien”, y este, el que ahora gobierna, la continuó metiendo; pero como el PIB crecía, nadie dijo nada por el hecho de que se estuviera metiendo una pata. De todos modos, lo más terrible es pensar que la única forma de crecer fuese metiendo la pata).

Santiago Niño Becerra. Catedrático de Estructura Económica. Facultad de Economía IQS. Universidad Ramon Llull.