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Desempleo total Ѣ€“ 1

Santiago Niño Becerra - Miercoles, 13 de Octubre Ya hemos hablado varias veces de esto: otra vez.ilustración

A partir del día 19 del pasado mes de Septiembre El País ha estado publicando, en varias entregas, un reportaje sobre el desempleo juvenil, no sobre el desempleo postadolescente, sino sobre el que afecta a esa franja de edad que media entre el momento en el que una persona ha podido obtener una formación que le permitiría el desempeño de una profesión y esa otra que, de alguna manera, marca un antes y un después en el desarrollo personal de la juventud: la franja de edad comprendida entre los 28 y los 30 años. Sugerencia: léanlo.

Pero el desempleo total no es sólo el desempleo juvenil, ni sólo el desempleo de jóvenes y adultos, también es el subempleo, y el desempleo encubierto, es la suma de todo eso, pero aún hay que añadir más: las perspectivas de crecimiento de una oferta de trabajo que la demanda no va a contratar porque no va a necesitarla. Se le puede dar todas las vueltas que se quiera, pero en el fondo el problema del desempleo es una pura cuestión de oferta y demanda, como todo excedente, lo que sucede es que con el factor trabajo no es posible actuar, ni del mismo modo ni con igual celeridad que si se produce un exceso de producción de, por ejemplo, caramelos de menta.

El factor trabajo, hasta ahora al menos, es ofertado por personas, personas que son parte de la población. Desde la noche de los tiempos la población ha sido imprescindible para producir lo que esa misma población u otras poblaciones consumían, así que la existencia de población capaz de producir ha sido una necesidad ineludible (noten que no se hace distinción entre “población esclava” y “población libre” ya que para lo que estamos ahora tratando tal distinción es indiferente).

Durante siglos el nivel de producción de lo-que-fuese era directamente proporcional a la cantidad de población que estaba dedicada a la producción de eso-que-fuese, y la cosa funcionó (ni bien, ni mal: funcionó como tenía que funcionar en base a las circunstancias de cada momento), y si se producían problemas en la producción de algo causados por causas externas, sequías, por ejemplo, la regulación de la oferta de trabajo llegaba en forma de fallecimientos debidos a la falta de alimentos, y si se producía la situación contraria, la producción alcanzaba el nivel alcanzable con la población disponible. Los desajustes comenzaron con la Revolución Industrial.

El inicio del maquinismo supuso dos hechos fundamentales. Por un lado, podía obtenerse una potencia mucho mayor a la que hasta ese momento se había obtenido en función de la energía utilizada, y ello podía lograrse de forma continuada; por otro, por cada unidad de factor productivo utilizado podían obtenerse más unidades de output que las hasta ese momento obtenidas. Evidentemente: una auténtica revolución.

Durante las primeras décadas de la I Revolución Industrial las cosas funcionaron como un reloj: como había que fabricar, y fabricar, y fabricar, las necesidades de factor trabajo de la demanda de trabajo fueron tendencialmente crecientes, pero eso empezó a cambiar a mediados del siglo XIX, la causa estuvo en los aumentos de productividad que empezaron a obtenerse combinados con la mejora en la esperanza de vida de la población, y a los que se añadió la imposibilidad -real- de la burguesía de invertir lo suficiente como para absorber a toda la oferta de trabajo existente. El carbón no necesario quedaba en la mina esperando su momento, pero a las personas no necesarias no se les podía meter en un armario para que esperasen hasta que lo fuesen. El carbón quedó aguardando su momento en la explotación minera y, desde Europa, las personas emigraron a América, fundamentalmente a los nacientes USA.

Nos detenemos un momento aquí porque es importante. La inmensa mayoría de los 50 millones de europeos que entre 1850 y 1913 emigraron a América lo hicieron por una sola razón: porque en Europa sobraban: la demanda de trabajo no podía absorberles y la economía de autoconsumo ya era imposible, por ello esas personas se habían convertido en población excedente en Europa, y por ello se fueron: aquí no eran necesarias y allí lo eran a fin de poner en marcha un modelo nuevo a costes enormes, ya: siempre es así. Insisto porque es fundamebtal: aquí aquellas personas se habían convertido en población excedente.

Tras la Gran Depresión esta conceptualización de las cosas cambio radicalmente: el objetivo dejó de ser “acumular y desear el equilibrio” para pasar a ser “crecer utilizando todas las capacidades susceptibles de ser utilizadas”. Es decir, a diferencia de cómo funcionaban las cosas antes del crash del 29 cuando lo que buscaba cada unidad productiva era crecer lo máximo posible hasta, si podía, dominar un mercado dejando a la “mano invisible” que guiara la economía, tras la II Guerra Mundial se pasó a un modo de funcionamiento basado en que todo y todos fuesen a más. En el modelo anterior a la depresión el nivel de desempleo del factor trabajo no era importante, después paso a ser un elemento a reducir a cero si ello era posible.

Durante 25 años a partir de 1950 el factor trabajo fue demandado en su totalidad porque, a pesar de una tecnología crecientemente productiva, la producción continuó vinculada a la población, es decir, para producir más bienes era necesario que la población ocupada aumentase, y cuanto más aumentaba esta más lo hacía el consumo y más crecimiento económico se generaba. El cambio llegó en el período 1973 Ѣ€” 1979 y se concretizó en los 80.

En los 80 el objetivo dejó de ser “crecer a base del pleno empleo de los factores productivos independientemente del nivel de inflación” y pasó a ser “crecer utilizando la menor cantidad posible de factores productivos para, así, forzar a la baja la inflación”. Evidentemente se continuó queriendo ir-a-más, pero de forma totalmente diferente, y una de las consecuencias de este cambio de concepción fue la desvinculación del crecimiento de la ocupación del factor trabajo: podía crecerse no generando ocupación, incluso destruyéndola, a base de aumentos continuados en la productividad. A partir de aquí ya nada fue igual y es cuando comienza a perfilarse el problema actual.

Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. Facultad de Economía IQS. Universidad Ramon Llull.

@sninobecerra

Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. IQS School of Management. Universidad Ramon Llull.




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